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Quien tiene un puerto, tiene un tesoro

Los puertos ejercen –o deberían hacerlo– de auténticos motores económicos para las áreas en las que se asientan. Los territorios que tienen la suerte de contar con un puerto han sido, tradicionalmente, lugares de intercambio no solo de mercancías sino también cultural, de ideas, sitios poblados por gentes abiertas de mente y, muchas veces, impulsores de florecientes negocios. Así eran las ciudades portuarias en la antigüedad. Y así lo siguen siendo ahora en su mayoría.

  • Última actualización
    30 mayo 2019 20:23

Pero para que los puertos puedan ejercer de motor económico en sus respectivas áreas de influencia y favorecer que la sociedad pueda aprovecharse de ello, en este momento no es suficiente con que en sus muelles se muevan grandes volúmenes de mercancías. Y tampoco es bastante con que estos puertos ganen cantidades ingentes de dinero.

Para que los puertos cumplan con su verdadera razón de ser, es imprescindible que esas mercancías que transitan por sus muelles generen valor en su entorno. Y que las cantidades de dinero que ganan los puertos se destinen a dinamizar la economía para que los beneficios se extiendan a su alrededor como una gota de aceite.

Convertirse en puertos inteligentes –o smart ports, si prefieren el término inglés– es la fórmula insoslayable en este momento.

Porque no es lo mismo que los puertos sean más o menos contaminantes, que la gestión y la operativa estén más o menos automatizadas, que las mercancías sean de importación y exportación o de transbordo, como tampoco es lo mismo mover ordenadores, alfalfa o cemento. Ni distribuir las cargas en tren o en camión.

Eficiencia, sostenibilidad y seguridad son conceptos clave para los puertos inteligentes, que basan su estrategia en la innovación y en la optimización del uso de la tecnología disponible.

Y mejorar los procesos y hacerlos más eficientes es la base sobre la que se sustenta la construcción de un puerto inteligente.  Las ineficiencias no tienen cabida en un smart port y para ello es imprescindible la aplicación de las tecnologías digitales que permite la optimización de las operaciones y de la gestión portuaria.

Pero eso no es todo. El puerto y la comunidad portuaria en su conjunto deben compartir los mismos retos y aspiraciones. Todos los grupos de interés relacionados de una u otra forma con el puerto  deben de contribuir a la eficiencia de la cadena logística. Y en este punto hay que tener presente que para todo ello es esencial el factor humano, el talento y, por tanto, la formación de todas aquellas personas implicadas.

La transformación de los puertos en smart ports es, indudablemente, un gran reto, pero es a la vez apasionante. Y es, sobre todo, un paso que los puertos están obligados a dar para seguir sirviendo a las comunidades de las que forman parte.

Son unos cuantos los puertos españoles que se han puesto ya manos a la obra para dar pasos hacia este futuro ineludible y necesario.

Tener muelles disponibles y mover mercancías de un lado a otro ya no es suficiente para que un puerto ejerza como motor económico. Y sí, es cierto que quien tiene un puerto tiene un tesoro. Pero quien tiene un puerto inteligente cuenta, además, con un tesoro renovable, que no se agotará a medio plazo.