“El sistema económico y el mercado siempre encuentran sus alternativas en los escenarios de marcado carácter proteccionista”. Así me respondió un importante experto en Economía hace unas semanas en el descanso de una jornada ante mi pregunta sobre cuál era su visión de las políticas arancelarias de Donald Trump y sus consecuencias a nivel global. Vistas las informaciones aparecidas en las últimas jornadas en las principales cabeceras informativas económicas, el mundo se encamina hacia una recesión si el actual inquilino de la Casa Blanca no echa el freno a su intención de entrar en una guerra comercial global.
No hablamos sólo de la imposición de aranceles, sino de que el presidente de la nación más poderosa del planeta ha decidido poner patas arriba las relaciones económicas globales actuales, en todas sus derivadas. Y una de esas muchas ramificaciones del conflicto avivado por Trump es la decisión de imponer una tasa de hasta 1,5 millones de dólares por cada buque fabricado en China que haga escala en cualquier puerto de Estados Unidos. En puridad y siendo justos, esta medida fue impulsada por la Administración de Joe Biden, pero el actual presidente de Estados Unidos la ha hecho suya y está decidido a aplicarla.
Sería incierto asegurar que el declive de la industria naval norteamericana tiene su única causa en China
Vaya por delante que es cierto que China se ha convertido en la primera potencia mundial en el sector de la industria naval gracias a que las casi infinitas subvenciones estatales. Esas subvenciones han permitido a los astilleros chinos ofrecer precios y tiempos de entrega sin competencia en el resto del mundo. Como consecuencia, desde hace décadas, las grandes navieras de todos los segmentos de carga han apostado por China para la construcción de sus nuevas unidades de manera ampliamente generalizada. Gracias a esta situación, el gigante asiático ha pasado a dominar el sector naval a nivel global de una manera no del todo justa y en el mismo marco que el resto de sus competidores. Dicho lo cual, creo que sería incierto asegurar que el declive de la industria naval norteamericana tiene su única causa en China. Baste decir que el cambio de prioridades de la Administración tras la Segunda Guerra Mundial y el paulatino declive de la industria siderúrgica norteamericana también contribuyeron a acelerar esta situación.
La intención de la Administración Trump con esta nueva medida es doble. A corto plazo, incrementar los ingresos públicos con la recaudación de esta tasas. A medio y largo plazo, revitalizar la industria naval nacional. Sin embargo, al presidente de EEUU le puede salir el tiro por la culata. Por un lado, la imposición de esa tasa hará subir los costes del transporte marítimo hacia Estados Unidos, unos costes que las navieras repercutirán a las empresas cargadoras y, consecuentemente, sufrirá el consumidor final, lo mismo que con los aranceles. Por otro, es muy ingenuo pensar que a la larga el sector marítimo demande en masa la vuelta de los astilleros a Estados Unidos para no tener que hacer frente a una nueva tasa.
Pero, volviendo al experto en Economía del principio de este Punto de Fuga, siempre hay alternativas. Tanto México como Canadá pueden verse beneficiados -ironías de la vida- si se producen desvíos de escalas por parte de las navieras para eludir esa tasa. Esos desvíos de escalas es una clara oportunidad para los operadores de transporte terrestre, que deberán llevar esas mercancías hasta su destino final. Sea como fuere, Estados Unidos no va a salir bien parado de esta situación. Todo el mundo es consciente de esto, salvo quien de verdad ha de serlo.