El simple hecho de que esta columna se publique los martes, me recuerda en algunas vísperas a Bélgica, por una de esas absurdas asociaciones de ideas que no llevan a ninguna parte. O tal vez sí... Porque, cuando eso ocurre, encuentro en Bélgica una excusa temática, un comodín argumental para comenzar a desarrollar, en clave belga, la trama de las 106 líneas de texto que componen semanalmente este espacio.
“Si hoy es martes, esto es Bélgica” es una comedia de 1969 con nombres como Joan Collins, Vittorio De Sica o Anita Ekberg, en la que un grupo de turistas recorre siete países europeos a un ritmo tan frenético que hace que pierdan la noción del país en el que están. Pero si hoy me viene Bélgica a la cabeza no es porque los martes sean, según la percepción popular, días grises y anodinos, como también es percibido el país sede de las instituciones europeas, la capital mundial del cómic, de los gofres y de las patatas fritas.
Sí hoy me acuerdo de Bélgica es porque aún posee el récord del país occidental que más días ha permanecido sin gobierno. El 1 de octubre de 2020 fijó el récord en 650 días, superando la marca de 541 días entre 2010 y 2011.
“Un pueblo sin rastro de nacionalidad y sin inteligencia política; de hecho, las criaturas vivas más insufribles; por fortuna, una cierta apatía les impide infligir un daño excesivo”, largó Leopoldo I, antes de ser coronado rey de Bélgica en 1831.
El caso es que se menciona frecuentemente a Bélgica como un “exitoso Estado fallido”, con una democracia de partidos paralizada, una deuda enorme, extremismo islamista en aumento, crecimiento de la derecha flamenca... pero también uno de los PIB per cápita más altos del mundo, una sociedad civil sólida, una robusta seguridad social y un sistema logístico nacional, eficaz y potente, que ha sabido hacer de la necesidad virtud, poniendo de acuerdo a los puertos de Amberes y Zeebrugge para hacer posible una fusión que modela la nueva gobernanza portuaria europea.