Los primeros drones que conocimos nos los presentaron en la ficción. Sí, sé que el primer uso registrado de un “vehículo aéreo no tripulado” (que es lo que viene siendo un dron oficialmente) tuvo fin militar -como prácticamente todos los avances tecnológicos- y se data en 1849; pero yo me refiero a los drones modernos, a los que todos tenemos en mente cuando hablamos de un dron, no un globo portador de cosas que era lo que movían en el siglo XIX.
Estas aeronaves tripuladas a distancia llegaron a nuestras cotidianas vidas civiles traspasando la irrealidad de la ficción no hace tanto. ¿Lo recordáis? De repente, se convirtieron en el mejor regalo de Navidad para los teenagers, las series y películas los incluían en sus tramas y todo el mundo quería uno para... ¡para cotillear al vecino o la vecina! Quien diga lo contrario miente.
Ese salto del dron militar al civil derivó en que se tuviera que legislar a la carrera para controlar hasta dónde, quién y cuándo se podía hacer volar un dron; porque estos vehículos amateur (los pro estaban más controlados) adquirieron un papel protagonista en historias de espionaje, atentados, contrabandos y demás. Además, y como no podía ser de otra manera, el ingenio se puso en marcha y los nuevos usos de esta tecnología comenzaron a testearse.
Empresas de reparto y distribución de productos médicos fueron las que más se interesaron en esta nueva forma de transportar mercancías y se comenzaron a realizar las primeras pruebas. En España, el uso de drones para el transporte de mercancías está sujeto a regulaciones específicas de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea y, por lo que yo sé, no está permitido como transporte público de mercancías. Pero eso no nos impide comenzar a debatir acerca de lo que supondría su activación.
¿Cómo regularíamos el espacio aéreo para que la actividad se desarrollara de forma segura?
La evolución de la movilidad y el desarrollo de prototipos cada vez más avanzados, nos permiten imaginar unos drones que incorporen una tecnología más desarrollada que les capacite para ejecutar tareas más complejas.
Las ventajas del uso de drones en el transporte de mercancías frente a los métodos de entrega convencionales parecen claras: rapidez en las entregas, acceso a zonas complejas (incluidas las entregas a buques en navegación o en situaciones de urgencia), reducción de costes, eficiencia y, en consecuencia, una optimización de la cadena de suministro. Pero los retos y desafíos a resolver están igual de claros.
Primero, ¿cómo regularíamos el espacio aéreo para que la actividad se desarrollara de forma segura? Me vienen a la mente tantas escenas de pelis donde los protagonistas son atropellados por coches voladores... También habría que abordar cuestiones de privacidad y de responsabilidad en caso de accidente, que seguro que los habrá porque, aunque estén guiados por personas, cuenten con inteligencia artificial que ayude a la navegación y demás, una paloma se puede cruzar en su vuelo y ¡zas! al suelo con el dron.
Por no hablar de la capacidad de carga y autonomía de la batería. Los drones actuales tienen unas limitaciones de cantidad de carga y distancia de vuelo que no sé si los harían rentables para el día a día.
Aunque es obvio que no se debe dejar pasar la oportunidad de contar con una forma de distribución, sobre todo para casos concretos en los que la urgencia de la entrega sea vital, me parece complicada su popularización, por mucho que los Amazon del mundo lo vean viable. Llamadme pragmática, pero creo que es más interesante seguir con la automatización de procesos, la robotización de la intralogística, la IA aplicada a la actividad y la estandarización de los sistemas de comunicación de la cadena de suministro.