Suena Puente como vicepresidente y la pregunta inmediata debe ser: para qué. Vicepresidentes como dios manda eran Alfonso Guerra o Francisco Álvarez-Cascos, números dos con todas las letras y sin más cartera que ser la mano derecha de quien más manda y ejercer todo el poder que eso conlleva. Ahora bien, de un tiempo a esta parte ser vicepresidente en este país es una mandanga, un titulito no solo diluido por llevar aparejadas carteras de enorme peso estratégico lejos de las tradicionales tareas próximas a Moncloa, sino porque los enjuagues de los pactos obligan ya no solo a tener una vicepresidenta segunda que satisfaga al socio de turno, sino que, a fin de que no se lo crean demasiado, hay que poner una vicepresidenta tercera e incluso hemos llegado a tener vicepresidenta cuarta. Cosas del marketing.
Suponemos que el ingreso de Puente en el Olimpo de la vicepresidencias sería para relevar a Ribera como tercera, suponemos, porque sin ir más lejos nuestro disipado exministro de Transportes José Luis Ábalos entró en Moncloa el día de autos de vicepresidente 2º y salió sin cargo.
Lo cierto es que no nos gusta que nada ni nadie distraiga a nuestros ministros del ramo. Si son vicepresidentes, que sea para que la voz de la logística se escuche aún con más fuerza en el Gobierno. Si es para estar mariposeando con el politiqueo y el tacticismo, mejor seguir como estamos.