Vivimos un tiempo de bebés muriendo de frío, en directo, por televisión; de familias bombardeadas, de líderes dementes y de millones y millones de aduladores aplaudiéndoles todo lo que digan, todo lo que hagan, sea lo que sea, aunque sea hoy una cosa y mañana lo contrario. Esto es lo que hay si pones el telediario. Como decía Sabina, para decir adiós nos sobran los motivos. Tenemos mil razones para no creer en el futuro, para bajar los brazos y dejar que este mundo, que hoy tiene la vida de una lamparilla de difuntos, se extinga de una vez, por el bien de todo.
El pesimismo ante lo que estamos viviendo no es original ni necesita argumento añadido. Lo meritorio es encontrar puntos de apoyo para levantar la moral y seguir adelante. En esa línea de investigación microscópica para encontrar luz en este túnel que atravesamos, tenemos que contar con dos matices, uno global y otro sectorial.
Por un lado, eso de que no tenemos la culpa de lo que pasa hemos de desterrarlo de nuestro argumentario. Todos somos culpables, en cierto modo. Detrás de cada déspota, dictador o tonto con navaja barbera, hay una sociedad enferma o ciega que lo ha encumbrado, lo ha consentido o lo ha mantenido. Sí, muchos millones votando lo mismo, sí pueden estar equivocados. Terriblemente equivocados. En un error que pagamos todos.
En ese enfoque global también hemos de desterrar la idea de que poco o nada podemos hacer. Si un millonario ya no sabe qué hacer con el dinero... se compra un país, o el planeta entero. Tarados con pasta dominan algunos de los países más importantes del planeta, porque han podido pagarse campañas de promoción también multimillonarias. Poderoso caballero es don dinero.
Más poderoso que don dinero es don consumidor, porque el primero depende del segundo
Pero, y ahí es donde sí podemos hacer, estamos haciendo y debemos hacer más, más poderoso que don dinero es don consumidor, porque el primero depende del segundo. Cada día, casi constantemente, estamos comprando. Del producto que elijamos puede depender que unos u otros se forren o se arruine. En el mercado está la fuerza y la responsabilidad de cada cual.
En el apartado sectorial, ya contamos con navieras de tal envergadura, que ellas solas podrían, sino colapsar, sí molestar a un país, un mandatario. Siempre hemos pensado que el dios mercado no se va a detener por nada, y si una naviera no quiere escalar en este puerto, o seguir esta ruta, lo hará otra. Esta idea ha sido muy válida hasta ahora.
En la realidad actual, las alternativas a las grandes navieras o a sus inmensas alianzas, es escasa o nula. Además, todas las grandes empresas, así como los países que más progresan se basan en una logística sólida y confiable. Importa especialmente la capacidad para mover el producto de aquí para allá de modo óptimo. Casi más que el producto.
Los individuos, para activar su poder como consumidores, no necesitan ponerse de acuerdo con absolutamente nadie. Entre las pocas libertades que mantenemos intactas figura la de consumir lo que queramos.
Los logísticos necesitan fuerza suficiente para que sus decisiones signifiquen un real premio o castigo a un país o a una zona geográfica. Las grandes navieras podrían. Solo falta que un día quieran escalar aquí o allá, navegar por aquí o por allá, en función del nivel de la democracia y honestidad de cada país.
Ya sé que soy un iluso. Pero es que llueve y todavía tengo el último telediario metido en el alma.
Me iba a comprar un Tesla, llevo año ahorrando para dar la entrada... pero va a ser que no.