Hace ya algunos años, un grupo de estudiantes de posgrado, entre los que se encontraba el hijo de un buen amigo, acudió a mí para que echara un ojo a la redacción de un Trabajo de Fin de Master (TFM) que, con más ganas que otra cosa, pretendían incluso llevar a la práctica y monetizar.
Curiosamente, la idea desarrollada por aquellos chavales consistía en dotar de placas solares a la parte superior de los contenedores marítimos de 20 y 40 pies para, no solo generar energía para los reefers, sino también para que llegado el momento pudieran conectarse las cajas como si fueran piezas de Lego y aportar energía a la mismísima propulsión del buque.
No pude evitarlo y en lugar de centrarme en la redacción del proyecto les lancé algunas cuestiones que no vi resueltas en el texto. ¿Son suficientes las placas solares de la cubierta de un TEU para dar energía al refrigerador? ¿Sabéis que la mercancía en un buque no se puede estibar priorizando a los reefers en la parte superior? ¿Habéis pensado en la fragilidad de esas placas y su exposición a los elementos y a las operativas? ¿Quién se encarga de conectar las cajas? ¿Cuánta energía se va a poder suministrar al buque?... y lo más importante, ¿sois conscientes de que la mayor parte de los contenedores en un buque están debajo de otros y nunca les llega la luz del sol?... Creo que todavía me odian.
Las preguntas no acababan ahí. De hecho, conforme iba revisando me surgían más y más dudas, algunas de ellas tan básicas como: ¿cuánto os va a costar? El caso es que, curiosidades de la vida, el TFM salió adelante y con nota (ya conocen aquello de la eterna y preocupante desconexión del mundo docente con la realidad) pero el proyecto, obviamente, jamás pudo materializarse como ellos lo habían concebido.