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Un melón colaborativo

La economía colaborativa es, según definición de Economipedia, la  que  engloba todas aquellas actividades que suponen un intercambio entre particulares de bienes y servicios a cambio de una compensación pactada entre ambos. El concepto, y su puesta en práctica, se originó en Estados Unidos hace poco más de una década. Por aquel entonces, las iniciativas de economía colaborativa que surgían se nos pintaban como algo que nos iba a permitir a todos sumar algunos ingresos extras a final de mes con tan solo optimizar el uso de los bienes o conocimientos que poseemos (casa, coche, etcétera).

  • Última actualización
    08 febrero 2019 15:16

En sus orígenes, parecía que habíamos encontrado un camino maravilloso que propiciaba la colaboración entre humanos para hacer, entre todos, un mundo mejor y más igualitario.

Pero una década después, al denominado consumo colaborativo se le está cayendo el velo que le cubría el rostro.

Las recientes, y durísimas, huelgas protagonizadas por el sector del taxi en ciudades como Barcelona y Madrid nos han permitido conocer las caras que hay detrás de plataformas de economía colaborativa como Uber. Y lo que hay en la vida real de muchos de los trabajadores de Uber o Cabify: grandes fortunas y empresarios y precariedad (algunos autores ya han acuñado el concepto de “nuevo feudalismo”). Por no hablar de los graves problemas que arrastra el imparable, por el momento, crecimiento de Airbnb y la presión a la que ha sometido a los habitantes de muchas ciudades, como Barcelona, con unos alquileres escasos y con precios absolutamente disparados que para nada concuerdan con el salario medio de los ciudadanos de esta urbe.

Pero pese a que a la economía colaborativa se le está empezando a ver el plumero (y perdonen, pero para diferenciar, un banco de tiempo, por ejemplo, donde las personas ofrecen su ayuda de forma desinteresada es colaborativo, pero no es economía), no paran de aparecer nuevas iniciativas en este sentido y sumarse nuevos sectores a la fiesta.

La economía colaborativa tardó bastante  –entendiendo bastante dentro de los diez años, aproximadamente, que tiene de existencia esta práctica– en poner sus ojos  en el sector logístico y de transporte de mercancías. Pero lo siento, malas noticias, el sector ya no es inmune. Como no podía ser de otra manera.

La semana pasada, en estas mismas páginas, informábamos del lanzamiento de una prueba piloto para transportar alimentos secos en vehículos de pasajeros. Como siempre ocurre en la economía colaborativa, la idea original es muy loable: utilización de espacios vacíos para optimizar el transporte, con la consiguiente reducción de viajes y, por tanto, de las emisiones contaminantes, reducción de gastos de distribución para, entre otras cosas, rebajar el precio de los productos, etcétera.

Pero, ¿qué ocurre en la práctica? En el caso de este experimento concreto habrá que esperar a ver los resultados y cuál es, en una etapa posterior, su aplicación práctica. Pero en muchos otros que ha habido, el resultado suele ser, por desgracia, que por el camino se pierden puestos de trabajo y que el precio del producto nunca baja para el consumidor final. Por eso, habrá que estar atentos y ver si la puesta en marcha de pruebas piloto de este tipo abren melones peligrosos que después es prácticamente imposible cerrar.