Nos pasamos la vida aprendiendo, leyendo los errores para tratar de no repetirlos... pero no hay manera.
Como muchos otros valencianos, he crecido con el término “riuà” tatuado en el ADN. Mis abuelos y mis padres se encargaron de convertir en recuerdos propios la tragedia vivida en Valencia en la riada de 1957. En 1982, con el temor propio de un niño de 12 años, sufrí como otros muchos al sentir en directo los efectos de la Pantanà de Tous, convirtiendo en reales las imágenes de caos y desolación imaginadas por los relatos de mis mayores. Nada parecido a lo vivido en Valencia durante los últimos nueve días...
¿Y qué hemos aprendido? Realmente poco, la verdad. Sería injusto decir nada porque ha habido alguna actuación decisiva desde entonces (como es el caso del desvío del cauce del Turia a su paso por Valencia), pero en términos generales las enseñanzas han sido escasas. Debe ser algo congénito al ser humano eso de convertirnos en nuestros peores enemigos porque de lo contrario no se entiende tanta torpeza.
Durante esta última tragedia he podido constatar que existe una nueva realidad sobre la que debemos reflexionar. Los jóvenes (entiéndase la generalización) y muchos adultos ya no se informan a través de los medios de comunicación, sino que utilizan sus propios medios entre los que, mayoritariamente, están las redes sociales.
Cuando alguien dice que una red social es lo mismo que un medio de comunicación es muy importante recordar que un medio de comunicación lo es porque tiene periodistas que generan sus propios contenidos. Y punto final. Sin periodistas no hay periodismo.
Es momento de reivindicar el valor de la información
Un periodista lo es porque sabe transmitir, porque sabe contrastar y porque sabe lo que es noticia. Un periodista lo es porque sabe que hay informaciones que no lo son, porque sabe que hay datos muy comprometidos y porque sabe exactamente cuál es su responsabilidad a la hora lanzar una noticia. Un periodista lo es porque tiene un compromiso con la verdad, porque trata de explicar y razonar y porque sabe que detrás de cada lector hay una persona con sus sentimientos, sus opiniones y su propia forma de entender el mundo. Un periodista lo es porque cree en el poder de la información y la comunicación para tender puentes, acercar culturas y personas.
Y todo eso, salvo honrosas excepciones, no es lo que encontramos en redes sociales. Piensen por un momento cuántas veces han reenviado o retuiteado o reposteado una información que no saben de dónde ha salido o si es verdad o mentira. Cada vez que lo han hecho han contribuido a la desinformación general.
En un entorno de cierta tranquilidad puede que no tenga la más mínima importancia, pero cuando hablamos de situaciones como las que hemos vivido en Valencia, cada mentira reenviada es un torpedo a la línea de flotación de la moral de un pueblo ya bastante hundido.
Todavía con el corazón encogido y con los sentimientos a flor de piel, creo que es momento de reivindicar el papel de los medios de comunicación de verdad: medios libres, formados por profesionales de la información y comprometidos con su profesión. Y ese compromiso también pasa por informar y no quedarse a verlas venir.
Estoy profundamente orgulloso del trabajo que realizamos en Diario del Puerto como medio de comunicación logístico. No solo estamos comprometidos con nuestro sector y sus particularidades, sino que también lo estamos con la propia profesión periodística y nuestra vocación de informar y hacer periodismo en nuestro sector.
Un buen uso de la información hubiera ayudado a reducir la tragedia de Valencia. Aunque solo fuera un poco habría valido la pena. Ojalá hayamos aprendido algo esta vez. Ojalá.