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Sin anestesia

Estoy particularmente harto de los gurús ególatras de felicidad insoslayable; de los budas inmanentes de auras positivas e irreductibles; muy cansado de los mantras de paja con celofán divino; de la poesía totémica empaquetada en baldosas amarillas.

  • Última actualización
    14 julio 2020 18:09

Estoy agotado de tanto sacacorchos para los ojos, de tanto abrelatas para las almas, de tanta luz pacificadora, de tanto yonqui del sí se puede, de tanto comulgar con esas ruedas de molino que las hadas del nuevo milenarismo nos transforman en dulce y efervescente puré de calabaza para seguir arrastrándonos como si flotáramos, para seguir penando como si nos santificáramos, para seguir sufriendo como si rasgáramos con alas de ninfas los cuellos de esos cisnes que ponen huevos dorados rellenos de chocolate con pepitas de trufa y aroma de ámbar sumerio.

Lo peor es que vivimos adormecidos por esto que es también una pandemia, abotargados y alienados, hasta el punto de que cuando nos agitan el manzano, cuando nos abofetean con la crudeza de la realidad misma, lo primero que hacemos no es rebelarnos contra ella, sino lanzar las picas y las horcas contra el maldito mensajero que tiene la desvergüenza de contarnos lo que pasa sin anestesia, a pelo, cruel terapia por obra y gracia de esos locos que van por la vida tejiendo lo palpable sin trufarlo de fantasmas, teorías o mamarrachadas.

Ayer tocó en el Desayuno Informativo - Webinario de Grupo Diario un poco de esto, bueno, un poco bastante, porque el profesor Gay de Liébana sometió a la docta audiencia de Diario del Puerto a un “toma dos tazas” en toda regla, una bofetada de realidad pura y descarnada, sin alharacas, apocalíptica... mientras no se haga nada.

No lo creerán, pero desde mi posición mastiqué con profunda amargura el estado de shock en el que quedaron los más de 400 directivos, empresarios y profesionales logísticos inscritos en el acto, desesperados por buscar un asidero en mitad del abismal naufragio al que nos arrojaba Gay de Liébana.

“Esto es lo que hay”, vino a decir el profesor, a lo que muchos apenas debieron acertar a responder con un rictus de terror, si bien me van a permitir que les diga que la respuesta correcta era sencillamente “gracias”.

Duele mucho sajar desde el principio hasta el final, hacer aflorar toda la podredumbre, toda la putrefacción, todo a la vista para poder curarlo todo, desinfectarlo todo

Tenemos la experiencia reciente de cómo en crisis pasadas ni nos contaron la verdad de lo que ocurría ni nos contaron las verdaderas previsiones de lo que iba a ocurrir. Y en la situación actual transitamos por la mismita senda, es decir, la de la mentira, la falsedad y, lo peor, la media verdad, con este maquillaje burdo sobre el que los empresarios en particular y la economía en general deben edificar.

Así se gana tiempo, divino tiempo; se ganan votos, divinos votos; se gana paz social, divina paz; y se gana huida hacia adelante, divina huida, divino caminar, divino movimiento hacia ninguna parte, pero mientras caminamos nos cansamos y no protestamos y... vamos construyendo sobre pies de barro.

Duele mucho sajar desde el principio hasta el final, hacer aflorar toda la podredumbre, toda la putrefacción, todo a la vista para poder curarlo todo, desinfectarlo todo, limpiarlo todo y acabar de una vez con la debilidad de esta nuestra economía, yendo de frente y por derecho, desde la verdad, no desde la ocultación y la mentira, cargando con la pesada losa de lo que ven los ojos y la seguridad de que a partir de ahí todo es mejorar. Sólo así realmente se puede despegar.

Duele, mucho, claro, pero a la larga duelen aún más las consecuencias de la idiotización de tanta maldita anestesia, aunque ¿realmente nos queremos librar de ella?