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Transitando

Procuro caminar estos días por los campos y montes que se extienden a lo largo del pasillo de casa, entre los límites del dormitorio y el salón.

  • Última actualización
    17 marzo 2020 16:06

Intento abrir los pulmones y respirar el aire que en las últimas horas sopla gélido a través de las ventanas y acostumbro a levantar la mirada hacia el horizonte que se recorta tras los búfalos africanos que, imperturbables, devoran pasto al borde de las Cataratas Victoria, incansables en su desborde sobre el cabecero de mi cama.

No es un paseo plácido ni, de momento, liberador. Es una obligación personal ante la persistencia del agarrotamiento y los calambres que me recorren a todas horas la espalda en este confinamiento donde sólo el paracetamol me permite estar sentado, en un estado del que no puedo ni debo quejarme cuando tantos y tantos luchan a estas horas contra males mucho más serios y mayores y en condiciones mucho más complicadas.

Son mis pisadas frenéticas, sobre unas pantuflas que me regaló mi hija Sandra y que están muy lejos de ser ese mullido guante de algodón y hierba fresca que el anuncio prometía para mis pies.

De buena gana caminaría descalzo, pero los ojitos de Sandra, desde el escritorio donde se pasa las horas haciendo cuentas, se apagan cada vez que me ve sin las zapatillas y yo, por mantener elevado el espíritu familiar, persevero en usarlas aunque no termine de encontrar el relajo muscular.

Ya he entrado en la fase en la que cuento los pasos que recorro, en la que mido qué lamas del parqué es conveniente pisar, en la que calculo al milímetro la forma más adecuada y óptima de girar en torno a la mesa camilla para no rozar las esquinas del aparador, en definitiva, multiplico la neurosis compulsiva sin poder evitar recordar en cada paso y en cada giro a mi personaje de “Tiempo de Tránsito”, confinado en aquel contenedor donde tantos patrones míos de ahora me recuerdan a los suyos.

Entre el cariño que tantos y tantos estamos intercambiando estos días, muchos  de ustedes se han lanzado a recomendar mi primera novela dentro del afán por proponer actividades alternativas como la lectura, que nos evadan de esta paralización total que afrontamos.

Sinceramente agradecido, tengo mis dudas de que en estos tiempos donde las cuatro paredes de nuestras casas se hacen difíciles de digerir, las cuatro paredes del contenedor del protagonista de “Tiempo de Tránsito” sean la mejor forma de sobrellevar el confinamiento. No están ahora mismo los cuerpos como para generar efectos multiplicadores sobre la asfixia.

Ahora bien, sí hay en la novela, por contraposición, una enseñanza insoslayable para este tránsito diario en el que nos hemos sumido y que debe reforzarnos en la senda que hemos tomado.

Las consecuencias de toda privación de la libertad suelen ser las mismas, pero no así los motivos ni tampoco los fines. 

Toda tortura es aún más tortura cuando es gratuita, cuando no tiene más finalidad que infringir daño y cuando, como en el caso de “Tiempo de Tránsito”, no se sabe ni de dónde viene, ni a dónde va, ni el principio, ni el fin, es decir, cuando no hay ningún sentido.

Nada que ver con este confinamiento por el coronavirus, donde la finalidad es el bien de todos y cada uno de quienes nos rodean, es salvar vidas, es un sacrificio en positivo en beneficio de los demás, es un entregar nuestra libertad ahora para garantizar la vida de todos mañana y, sí, en apariencia por imposición, pero realmente desde la libertad de confiar en una sociedad democrática cuyos responsables toman decisiones en beneficio de todos.

Tenemos un norte y un futuro. Luchemos todos juntos. Saber a dónde vamos nos hace fuertes, incluso si caminamos con zapatillas de estar por casa.