“The Irish Rover” es una de las canciones populares irlandesas más importantes de las últimas décadas. Cuenta la historia de un buque mercante que parte del puerto de Cork en el año 1806 con un gran cargamento de ladrillos y demás materiales con destino al Ayuntamiento de Nueva York. Y junto ese cargamento, toda una tripulación y un grupo de hombres y mujeres en busca de una nueva vida en el nuevo mundo. Y a partir de ahí, todo son desventuras y penalidades. El “Irlandés Errante” pierde su rumbo entre la niebla, lo que le lleva a navegar y deambular por los mares durante siete años hasta que estalla el sarampión, reduciendo a sus integrantes a un marinero y al viejo perro del capitán. Tras un accidente, el barco zozobra, el viejo perro se ahoga y únicamente queda el narrador de la historia con vida. Hay muchas versiones de esta canción, pero les recomiendo la interpretada por The Pogues y The Dubliners.
Escuchando “The Irish Rover” estos últimos días, me dio por pensar en la evolución que ha sufrido el comercio marítimo internacional en los últimos siglos. Aunque es sólo una canción, lo cierto es que en los miles de viajes que los colonos europeos realizaron para llegar al nuevo mundo, en los buques se juntaban mercancías y personas que buscaban una nueva vida en aquel nuevo continente descubierto en el año 1492. Aunque había cartas de navegación, no era infrecuente que los buques perdieran el rumbo, sufrieran accidentes, o estallaran enfermedades, poniendo en seria duda el hecho de que pudieran alcanzar finalmente su puerto de destino. Aquellos que esperaban, obviamente, desesperaban, sobre todo por la falta de noticias, y además porque los costes asociados a las rutas alternativas para llegar a ese mismo destino descartaba por completo tomarlas.