En el momento de escribir estas líneas, a mediados de agosto, los mercados financieros se han recuperado casi plenamente de un desplome masivo carente de justificación alguna (al menos en términos de economía real) acaecido una semana antes. ¿La justificación inmediata? Un mediocre, pero no pésimo, informe sobre el comportamiento en julio del mercado laboral estadounidense, traducido en apuestas por recortes casi inmediatos y dramáticos del tipo de interés de referencia por parte de la Reserva Federal. Desde luego, la repetición de un episodio similar, con cualquier excusa, no puede excluirse, más en una época en la que los algoritmos han reemplazado a los humanos en buena parte de las operaciones financieras inmediatas y en la que los volúmenes de órdenes que se mueven cada instante desbordan a los market-makers que tratan de equilibrar los mercados. Pero pongamos un poco de sensatez macroeconómica a la cuestión.
En efecto, la economía estadounidense se está desacelerando. Como muestra el gráfico adjunto, se sigue creando empleo neto, aunque a menor ritmo, y la tasa de inflación, aunque todavía no ha llegado a ese punto, se dirige hacia el deseado 2% interanual. Exactamente lo que la Reserva Federal esperaba conseguir cuando (tarde, como siempre recordamos) inició en marzo de 2022 su ciclo de endurecimiento monetario. Como, además, algunos aspectos que revelan la salud económica del consumidor estadounidense dan síntomas inequívocos de fragilidad (reducida tasa de ahorro, parálisis del mercado inmobiliario, alta morosidad en el crédito al consumo, bajo grado de confianza), no cabe duda de que, en su reunión de mediados de septiembre, la FED reducirá el tipo de interés de referencia. Y lo hará, salvo una justificación clara y no financiera (cuidado con la situación en Oriente Medio), en 25 puntos básicos. Se iniciará con ello una serie de recortes hasta alcanzar un nivel del 3,25%-3,5% que podríamos entender como neutral, antes de reevaluar la trayectoria posterior más adecuada, ya en 2026.
Un movimiento más drástico no serviría para estimular más la economía a corto plazo, porque la efectividad de los cambios en los tipos de interés tarda meses en constatarse, y sí generaría una inquietud mayor. No digamos nada si la FED decidiese realizar una reunión no programada para reducir los tipos. Histeria y caos garantizados. “¿Qué sabrán ellos que no sabemos los demás?”, señalarían analistas y medios.
La economía real estadounidense no requiere decisiones extremas, sino la progresiva reducción de los tipos de interés hacia esa situación en el que la política monetaria no sea ni restrictiva (como ahora) ni expansiva.