Gobernar para el ruido tiene la perversión de que todo se vuelve pútrido porque si el diálogo y el consenso son valores de la democracia podremos entender que el frentismo y el griterío a lo único que conducen es a dinamitarla. Lo curioso es que mentir, vociferar o manipular son esencias consustancialmente humanas presentes en cualquier forma de gobierno desde el principio de los tiempos. Que sus máximos exponentes se paseen por nuestros pasillos patrios no debiera ni extrañarnos, ni sonrojarnos. Ahora bien, de tan acostumbrados que estamos, deberíamos tener bien afiladas las armas para hacer frente con éxito a estas debilidad, si bien la única senda existente es la de contagiarnos y, sobre todo, sublimarnos.
En el mercado bursátil de este politiqueo barato, de este espejo exponencial del esperpento de las redes sociales, de egos y trincheras, de lameculos y tontos útiles, lo que más cotiza no son las ideas, sino los zascas. Los discursos, las interpelaciones, las réplicas y las contrarréplicas no son más que una sucesión zafia de ocurrencias enlatadas, de folios prefabricados, de chistes tan malos como engolados, tan ineficaces como almibarados, tan supuestamente agresivos como estúpidamente vacíos, porque de tan sangrientos se tornaron en inofensivos, porque habla chucho que no te escucho, porque pío, pío que yo no he sido y la ofensa ya perdió los límites y todo se tornó en sordera y venga a batir las palmas y venga a hacer del jolgorio paradigma en ese rancio “chiringuito”, en ese chusco “sálvame, en ese ordinario “first dates” en el que han transformado el plató del Congreso de los Diputados, un gallinero que a media España le resbala, mientras la otra media grita con saña: “¡Dales caña! ¡Dales más caña!”.
Con este clima, no hay quién se atreva a hacer una propuesta mínimamente transformador
Y en este ambiente de ponzoña y baberío, de puñales y rechupeteos, de odios y amoríos, de venganzas y juramentos, ¿alguien puede explicarme cómo es posible que puedar llegar a ver la luz un texto legislativo con un mínimo de sentido?
Y aún podríamos subirnos al camarote de esta zafiedad si todavía estuviéramos enfrascados en un ámbito tan soezmente ideológico de esos que tanto les gustan, que tanto les posicionan, que tanto enardece a esas masas votantes que buscan desesperados por los vertederos de ese su altar de la libertad de expresión que es X. Pero lamentablemente, esto de la logística solo sirve para hacer política cuando hay desgracias, los estadistas sólo afloran cuando el drama hace que sintamos vergüenza de nosotros mismos, mientras que en los tiempos vacuos de este espíritu canalla no hay forma de aprobar nada. Y por supuesto -y este es el único síntoma de lucidez que podemos permitirnos- ni siquiera hay ganas.
Ahí tenemos ahora mismo dando tumbos en el Congreso diversas normativas más o menos ambiciosas, más o menos urgentes, sometidas a la dictadura de una Cámara desquiciada que no se sabe ni qué ni por qué vota. Meter un proyecto normativo en el Congreso no es más que afán de aparentar que las cosas avanzan. No hay más intención ni más esperanza.
Y es que, con este clima, no hay quién se atreva a hacer una propuesta mínimamente transformadora, mínimamente revolucionaria, sobre la gobernanza portuaria, o sobre el modelo ferroviario, o sobre la carga aérea y el DORA. Incluso quien intenta avanzar con pequeñas reformas puntuales, aprovechando lo poco que ve la luz, realmente está jugando a la lotería.
Al final abrir cualquier melón en medio de este clima es, cómo mínimo, echarle margaritas a los cerdos, eso si no acaba todo desvirtuado, empobrecido o como detonador de polvorines inesperados. Al final, dan ganas de no hacer absolutamente nada. Qué pena.